Friday, April 21, 2006

KAVAFIS


En parte por aclarar una época,

en parte por pasar el tiempo,
ayer noche tomé para leer
una colección de inscripciones ptolemaicas.
Los elogios abundantes y lisonjas
son parecidos para todos. Todos son magníficos,
gloriosos, poderosos, benefactores;
cada una de sus acciones, sapientísima.
Si es de las mujeres de la familia, todas
ellas, las Berenices y las Cleopatras, maravillosas.

Cuando acabé de ilustrarme de la época,
habría dejado el libro si una pequeña mención,
insignificante, al rey Cesarión
no hubiese llamado de inmediato mi atención...

¡Ah, estás ahí! Llegaste con tu encanto
indefinido. Pocas líneas solamente
se encuentran en la historia sobre ti,
y, por eso, con más libertad te he modelado en mi imaginación,
te he modelado bello y sensual.
Mi arte confiere a tu rostro
la belleza atractiva de un sueño.
Y con tanta intensidad te he imaginado,
que ayer, bien entrada la noche, cuando se apagó
mi lámpara – adrede dejé que se apagara –
creí que entrabas en mi alcoba,
me pareció que estabas ante mí, tal como estarías
en la recién conquistada Alejandría,
pálido y cansado, ideal en tu pesar,
esperando aún la piedad
de los miserables – que murmuraban "demasiados Césares".

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